El escritor japonés Yasunari Kawabata

El escritor japonés Yasunari Kawabata

Letras Libro de la semana

La discriminación de la mujer y de los enfermos mentales, el crudo retrato de Yasunari Kawabata

'Dientes de león', su novela póstuma, está inacabada, pero sus obras son como melodías que solo necesitan unas notas para ejercer su hechizo.

6 mayo, 2024 02:19

Yasunari Kawabata (1899-1972) siempre estuvo más cerca del crisantemo que de la espada. Aparentemente se suicidó con el gas de su apartamento, pero dejó también el grifo de la bañera abierto, lo cual hizo sospechar que se trató de un accidente. Al revés que su amigo y discípulo Yukio Mishima, nunca experimentó la seducción de la muerte.

Dientes de león

Yasunari Kawabata

Traducción de Tana Oshima. Seix Barral, 2024. 171 páginas. 19 €

Prefería el pincel al acero, el vuelo de un pequeño pájaro al grito del samurái que se inmola para preservar su honor. A los 15 años, ya había perdido a sus padres, a su hermana y a sus abuelos paternos. Esa acumulación de pérdidas le convirtió en un espíritu melancólico, introvertido, intuitivo y con una extraordinaria sensibilidad para la belleza.

En 1968, su literatura fue reconocida con el Premio Nobel. La casa de las bellas durmientes, que apareció en 1961, había despertado admiración por su conjunción de delicadeza y fatalismo. Kawabata amaba la vida y celebraba sus prodigios, pero le atormentaba la fragilidad de las cosas y su inevitable caducidad. Al igual que Shakespeare, se preguntaba si la existencia era algo real o un sueño que se disipaba tras unos breves instantes de plenitud.

Dientes de león es una novela póstuma e incompleta. Su carácter inacabado no le resta valor, pues las obras de Kawabata son como melodías que solo necesitan unas notas para ejercer su hechizo. Dientes de león narra la historia de Ineko, una joven recluida en una casa de salud mental por una extraña enfermedad: "ceguera del cuerpo".

Se trata de una dolencia imaginaria que expresa metafóricamente el carácter misterioso del ser, un devenir que se muestra y se oculta de forma alternativa, sembrando dudas sobre la naturaleza del mundo.

¿Vivimos, amamos, o solo nos movemos en un teatro de sombras? La madre de Ineko insiste en ingresar a su hija tras conocer la historia de una joven afectada por "ceguera del cuerpo" que estranguló a su bebé al dejar de ver su cabeza. Kuno, el novio de Ineko, no apoya su decisión. Aunque acepta acompañarla durante el ingreso, cuestiona la medida y manifiesta su deseo de casarse con la infortunada, convencido de que podría curarla con su afecto. No le inspira miedo la locura y no le importa morir, siempre que sea al lado de su amada.

Ambientada en los años 60 del pasado siglo, Dientes de león muestra los prejuicios de una época donde la mujer aún sufría graves discriminaciones y los enfermos mentales estaban abocados a la exclusión social. Kawabata no oculta esos hechos, pero no aboga por cambios sociales. Su novela no se mueve en el terreno de lo político, sino en el de la poesía, la mística y la filosofía. Cultiva la perspectiva estética y no la reflexión moralizante. No condena ni absuelve. Solo muestra que la belleza anida en los lugares más insólitos: un viejo hostal, el campanario de un manicomio, un bosque umbrío...

'Dientes de león' no condena ni absuelve. Se mueve en el ámbito de la poesía, la mística y la filosofía

La muerte no es un viaje estéril hacia el vacío. Las flores de diente de león se deshacen en el viento, pero su dispersión no significa un ocaso irremediable. La nada solo es una ensoñación. Todo vuelve bajo otra forma. Es lo que sugiere la campana de la casa de salud de Ineko. La vida y la muerte dibujan un círculo y no una línea que se interrumpe bruscamente.

Kawabata posee una sabiduría discreta. Su visión de la vida no es solemne, sino humilde y profunda. Sus novelas se parecen a la música tradicional japonesa: expresan mucho con muy poco. Su escritura es similar al sonido de una flauta: modula un infinito mediante levísimas variaciones. Kawabata citó una frase budista en el discurso que pronunció al recoger el Nobel: "Entrar en el mundo de Buda es fácil. Entrar en el mundo de los demonios, no".

Paradójicamente, el psiquiatra de Ineko afirma: "He llegado a pensar que la vida misma es obra de los demonios". Al revés que el evangelio cristiano, la frase que invocó Kawabata señala que el camino recto no es el más inaccesible, pero el hombre lo desdeña, internándose en estrechos y sombríos desfiladeros.

Ineko y su madre son incapaces de superar la trágica muerte del padre, un viejo soldado que cayó al mar desde un precipicio, ahogándose ante los ojos de su hija. Ese recuerdo les impide disfrutar del instante. La sombra del pasado oscurece el día a día. La mente es un laberinto intricado que nos aleja de la sabiduría de un pájaro, capaz de ser feliz con un rayo de sol. La ceguera de Ineko es una forma de mutilar la realidad, pues oculta lo que no se soporta contemplar.

[Crítica de 'El rumor de la montaña', de Yasunari Kawabata]

¿Es el lenguaje un regalo o una maldición? Kawabata se pregunta "qué pensaban del destino los humanos que vivieron en el pasado remoto, cuando no existían la palabra ni la escritura". El lenguaje añade profundidad y repara en los matices, pero su comprensión de las cosas está lastrada por un exceso de racionalidad. Quizás los locos albergan un conocimiento más intuitivo de la realidad, pues en su mente las ensoñaciones no son menos significativas que las especulaciones. La vida humana se parece al diente de león, "una flor insignificante que crece en la maleza".

Los locos lo saben, pero también intuyen la trascendencia del amor, una experiencia que nos permite atisbar un más allá inmune a los estragos del tiempo. Las campanadas de un templo o un manicomio insinúan la fugacidad de las distintas formas de vida, pero Kuno no advierte ese mensaje trágico, quizás porque ama a Ineko y el amor aspira a lo eterno.

Dientes de león no es una novela, sino un poema. O, si se prefiere, una melodía interpretada con una flauta tradicional japonesa. La extraordinaria traducción de Tana Oshima nos permite apreciar la belleza de la prosa de Kawabata. Después de leer la historia de amor de Ineko y Kuno, la posibilidad de una muerte accidental me parece más convincente que la hipótesis del suicidio.

Hay demasiado amor al ser humano, a la vida, en Kawabata y ni rastro de fascinación por el código del Bushido. No siente nostalgia por el pasado imperial. No es un guerrero, sino un poeta atento al latido de la vida. No pretende aleccionarnos, solo recordarnos que lo esencial no es material, sino invisible e impalpable. La razón es una forma de ceguera. Por eso son tan necesarios los poetas, pues son los únicos que pueden abrirnos los ojos y revelarnos la belleza del mundo, tan incomprendido y escarnecido por la fría mirada de la razón.